Bajo un cielo resplandeciente que apenas admite nubes, el verano ha hecho su entrada triunfal en Cuba con ese carácter ardiente y envolvente que lo distingue. Desde los primeros días de julio, el aire en La Habana se vuelve espeso de sol, vibrante de colores y cargado de una expectativa casi festiva.
Los parques comienzan a llenarse de risas infantiles, los vendedores ambulantes redoblan su esfuerzo para ofrecer helados, granizados o refrescos tropicales que ayuden a mitigar el calor. En el Malecón, la brisa marina se convierte en aliada de quienes buscan aliviarse tras largas caminatas bajo el sol. La música, omnipresente en la isla, parece subir de volumen, como si cada reguetón, son o salsa compitiera con el canto de las chicharras.
Cultura y comunidad
Como cada año, instituciones culturales como la Casa del Alba en el Vedado abren sus puertas a talleres de verano. Este julio, destacan los dedicados a la narración oral para adultos, un homenaje al arte de contar historias, compartir memorias y conectar generaciones. Los sábados se llenan de palabras vivas, guiadas por voces como la de Elvia Pérez, rescatando tradiciones del alma cubana.

El mar y el descanso
Mientras tanto, las playas cercanas a la capital —como Guanabo o Santa María del Mar— empiezan a recibir a familias completas con sombrillas, neveras improvisadas y mucha algarabía. Es en estos espacios donde el cubano encuentra su refugio estacional: entre olas saladas, carcajadas familiares y partidos de dominó a la sombra de un almendro.

Una estación con alma isleña
El verano cubano no es solo calor; es una actitud. Es resistir con alegría, vivir a pleno sol, convertir las dificultades en fiestas improvisadas. Es la promesa de que, al menos por unos meses, la isla se viste de esperanza luminosa y la vida —aunque desafiante— se celebra.

Por: Lic. Anabel Quiñones Agüero