Aquel 2 de septiembre, hace 62 años, miles de personas reunidas en la Plaza de la Revolución José Martí en esta capital, dejaron claramente definidos principios que marcan el andar de Cuba por la política internacional.
Conocida como la Primera Declaración de La Habana, la Asamblea Popular constituida por alrededor de un millón de cubanos, encabezados por el líder histórico, Fidel Castro, ratificó la libre determinación de la isla y su rechazo a los intentos de injerencia estadounidense en sus asuntos y los de América Latina.
Fue la respuesta a la séptima Reunión de Consulta de Cancilleres de la Organización de Estados Americanos (OEA), celebrada del 22 al 29 de agosto de 1960 en San José, Costa Rica, durante la cual pretendieron amenazar a la nación caribeña por mantener relaciones con la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS).
En la cita, el secretario de Estado norteamericano Christian Archibald Herter introdujo la idea de que “todo régimen comunista” establecido en la región constituía “una intervención extranjera”, y añadió que se convertiría automáticamente “en una base de operaciones para la propagación de las ideas comunistas”.
Las presiones estadounidenses y las mentiras sobre una supuesta interferencia de la URSS y China en los asuntos internos de América Latina, motivaron la adopción de un documento que advertía Cuba de atenerse a la disciplina del sistema interamericano y a la Carta de la OEA, so pena de futuras sanciones.
Frente a esa agresión, el pueblo respondió el 2 de septiembre con una condena enérgica a la Declaración de San José de Costa Rica, por constituir un atentado contra la autodeterminación nacional, la soberanía y la dignidad de la isla y los “pueblos hermanos del continente”.
Al propio tiempo, rechazó la “intervención abierta y criminal” que durante más de un siglo ejerció Washington sobre Latinoamérica, con numerosas invasiones, apropiaciones de tierras y centros estratégicos vitales, así como la imposición de su poderío militar.
La Declaración de La Habana reprobó también el intento de preservar la Doctrina Monroe, utilizada para extender el dominio estadounidense sobre la región.
Precisó que la ayuda ofrecida por la URSS a Cuba en caso de una agresión militar no podía ser considerada jamás como un acto de intromisión, sino como evidente solidaridad; además, negó categóricamente que hubiese pretensión alguna por parte de Moscú y de la República Popular China de utilizar sus relaciones con la isla para influir en otros países.
Los cubanos en la concentración respaldaron asimismo el derecho de los oprimidos del mundo a luchar por sus reivindicaciones, como el legítimo derecho del campesino a la tierra, del niño a la educación, del enfermo a la asistencia médica, del obrero a un trabajo digno y de los pueblos a su libertad.
(Tomado de Prensa Latina)