John F. Kennedy firmó la Orden Ejecutiva 3447 con la cual comenzaba la imposición de la política económica agresiva que ya tiene 62 años.
Está basada en la añeja ley de Comercio con el Enemigo, de 1917, una norma que otorga al Presidente de Estados Unidos el poder para supervisar o restringir el comercio entre ese país y cualquier otra nación «enemiga», así como en el conocido memorándum de Lester Mallory, que buscaba crear una crisis económica que mellara la confianza del cubano en el nuevo gobierno, ampliamente respaldado en todos los aspectos. Y precisamente ese es el objetivo de la orden de Kennedy firmada el 3 de febrero de 1963: privar de cualquier posibilidad de desarrollo, o crecimiento económico que pueda tener Cuba, y entorpecer su presencia en el mercado internacional, gracias al rol del dólar estadounidense como moneda de cambio.
Desde entonces, el Bloqueo ha tenido dos caminos: el primero es económico, y, el segundo, mediático.
Las acciones ejercidas contra Cuba por el Gobierno de los Estados Unidos no caben en el «embargo».
Es un «bloqueo» porque persigue el aislamiento, la asfixia, la inmovilidad de Cuba, con el propósito de ahogar a nuestro pueblo y hacerlo renunciar su decisión de ser soberano, y esto es «bloqueo»: cortar, cerrar, incomunicar con el exterior para lograr la rendición del sitiado por la fuerza o por el hambre.
Desde la Conferencia Naval de Londres, de 1909, es un principio aceptado en el derecho internacional que: «el bloqueo es un acto de guerra», y sólo es posible su empleo entre los beligerantes.
Por su parte, «embargo», es la forma judicial de retener bienes para asegurar el cumplimiento de una obligación contraída legítimamente. Puede ser también una medida precautoria de carácter patrimonial autorizada por juez o tribunal o autoridad competente, con igual propósito de cumplir por el deudor sus compromisos con sus acreedores.
He aquí por qué decimos que no es embargo (como alega el régimen yanqui) y sí Bloqueo, que además, tiene carácter extraterritorial, al afectar a empresas de otros países que quieran hacer negocios de cualquier tipo con Cuba.
Veamos, además, un elemento mediático: para minimizar sus efectos reales y no ser tan impopulares, utilizan el término embargo, y así, lavan sus rostros del verdadero crimen que cometen: Bloqueo.
Hay muchas mentiras que se cuentan para hacerle creer a las personas que las faltas, las carencias, son causadas por incompetencia del gobierno cubano, y no por el efecto nocivo de ese conjunto de sanciones y prohibiciones.
La más común es precisamente esa. Pero también que «las sanciones no afectan al pueblo, porque son contra el gobierno, el régimen antidemocrático y malvado», o, y esta es una joyita que encontraremos en el famoso Título III de la Ley Torricelli, de 1993, cuando amenaza a «aquellos que trafiquen con propiedades robadas por el gobierno cubano». Se refieren a un proceso de nacionalización llevado por la Revolución Cubana, y que la Corte Suprema de Estados Unidos, en sentencia de marzo de 1964, reconoce como un proceso legal, en el caso Sabbatino contra el Banco Nacional de Cuba.
Es que la Corte alegó cuatro elementos que legitimaban la nacionalización: competencia (los tribunales estadounidenses no tenían competencia para echar atrás decisiones de cortes de otros países), la aceptación del proceso en función del desarrollo económico de una nación, lo que era un principio aceptado en el derecho internacional y era el caso (recordar que comenzó cuando las refinerías yanquis rehusaron refinar petróleo soviético) ; la indemnización existió, la aceptaron empresas inglesas, canadienses, pero las del vecino del norte, rechazaron (ya existía una ley en Cuba, desde 1921, que regulaba ese proceso), y, finalmente, no hubo discriminación a empresas norteamericanas, porque fueron nacionalizadas todas las existentes.
Sencillamente, luego se apareció el Senador por Iowa, Bourke Hickenlooper, y, mediante una Enmienda que lleva su nombre, borró de un plumazo ese reconocimiento, por lo que, el título III de la Torricelli, está, sencillamente, basado en una mentira.
En fin, el camino es largo y tortuoso para nuestro país. Incluso, cuando lo que algunos llaman «normalización de las relaciones entre ambas naciones», durante la administración Obama, cuando más aperturas y oportunidades hubo, fue cuando más dura se hizo la persecución contra los bancos que fueron usados por Cuba para transferencias internacionales. Sabida es la multa de 8 mil millones de dólares a BNP Paribas (Francia) , o 369 millones a Rabobank (Países Bajos).
Donald Trump se esmeró en las sanciones, y, bajo el asesoramiento de Marco Rubio y Mario Díaz-Balart, senadores nacidos allá, pero que alegan ser cubanos (ahí está el negocio), apretaron las tuercas como nunca antes, quirúrgicamente, para afectar tanto la entrada de divisas como la salida de productos cubanos al mercado.
En fin, para limitar las capacidades económicas de un estado que invertía hasta un 65% de su PIB en reinversión social, con elevados niveles de subsidios.
Las medidas fueron mantenidas por Joe Biden, quien fue vicepresidente durante la administración Obama, y había prometido regresar a las relaciones de buena vecindad durante su campaña. Por supuesto, mintió. A los efectos del bloqueo, se suma la Pandemia de COVID-19.
Cifras oficiales de Cuba en Naciones Unidas fijan en un poco más de 15 millones de dólares diarios, las pérdidas por el bloqueo, desde marzo de 2021 a abril de 2024 (21 millones en 2021-2022, 13 entre 2022-2023, y 13.8 entre 2023-2024).
Los últimos capítulos demuestran cuán politizada y cuánta maldad existe en ese bloqueo.
Biden, quien no cumplió su promesa electoral, quitó a Cuba de la lista de Países que patrocinan al terrorismo (según ellos, para nosotros, lista de los que países verdaderamente soberanos), y eliminó la posibilidad de que se aplique el Título III, y Trump, bajo la sugerencia de su hoy Secretario de Estado, Marco Rubio, echó todo para atrás en menos de lo que canta un gallo.
En fin, Kennedy lo empezó hace 62 años, y las administraciones sucesivas lo han reforzado hasta el cansancio, todos, un poco más o un poco menos, bajo una estrategia u otra, con el mismo fin: Destruir a Cuba, el país pequeño que desafió los designios del amo del mundo.
La cuestión más dura, a nuestro juicio, no es siquiera el daño económico, el cómo estrangular a un pueblo, y llevarlo al borde del abismo económico para que se revele contra su gobierno. La cuestión más dura es el cinismo y la manipulación mediática, a través de mentiras, para vender un apoyo a un conjunto de leyes impopulares en todos los sentidos, pero, sobre todo, es triste ver cuánto se gasta en engañar, mediante medios tradicionales, plataformas, tecnologías de la informática, a través de todo lo que existe en el mundo, para convencerlo de que el régimen está en Cuba y por eso hay que «embargarlo», cuando la realidad es que el régimen está a apenas poco más de 90 millas y es el verdadero culpable.
Pueden hablarme de incompetencia, corrupción, gastos excesivos, de todo, pero la realidad es que son las sanciones del régimen global las que más laceran la economía cubana, y nos deja en estas condiciones económicas.
Por: Mario Herrera